La Loba y una cosa del Alma

 Hay una vieja que vive en un escondrijo del Alma que todos conocen pero muy pocos han visto. Como en los cuentos de hadas de la Europa del este, la vieja espera que los que se han extraviado, los caminantes y los buscadores acudan a verla.

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 Es circunspecta, a menudo peluda y siempre gorda, y, por encima de todo, desea evitar cualquier clase de compañía. Cacarea como las gallinas, canta como las aves y por regla general emite más sonidos animales que humanos.

 Podría decir que vive entre las desgastadas laderas de granito del territorio indio de Tarahumara. O que está enterrada en las afueras de Phoenix en las inmediaciones de un pozo. Quizá la podríamos ver viajando al sur hacia Monte Albán en un viejo cacharro con el cristal trasero roto por un disparo. O esperando al borde de la autovía cerca de El Paso o desplazándose con unos camioneros a Morella, México, o dirigiéndose al mercado de Oaxaca, cargada con unos haces de leña integrados por ramas de extrañas formas. Se la conoce con distintos nombres: La Huesera, La Trapera y La Loba.

 La única tarea de La Loba consiste en recoger huesos. Recoge y conserva sobre todo lo que corre peligro de perderse. Su cueva está llena de huesos de todas las criaturas del desierto: venados, serpientes de cascabel, cuervos. Pero su especialidad son los lobos.

 Se arrastra, trepa y recorre las montañas y los arroyos en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero, cuando el último hueso está en su sitio y tiene ante sus ojos la hermosa escultura blanca de la criatura, se sienta junto al fuego y piensa qué canción va a cantar.

 Cuando ya lo ha decidido, se sitúa al lado de la criatura, levanta los brazos sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos de las costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y a la criatura le crece el pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba.

 La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar.

 La Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se estremece y, mientras ella canta, el lobo abre los ojos, pega un brinco y escapa corriendo cañón abajo.

 En algún momento de su carrera, debido a la velocidad o a su chapoteo en el agua del arroyo que está cruzando, a un rayo de sol o a un rayo de luna que le ilumina directamente el costado, el lobo se transforma de repente en una mujer que corre libremente hacia el horizonte, riéndose a carcajadas.

 Recuerda que, si te adentras en el desierto y está a punto de ponerse el sol y quizá te has extraviado un poquito y te sientes cansada, estás de suerte, pues bien pudiera ser que le cayeras en gracia a La Loba y ella te enseñara una cosa… una cosa del alma.

 Clarissa Pínkola: Mujeres que corren con lobos

   AuuuuuuuuuuuuuuuuuuuU*

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Coyote Dick.- Risas de la Entrepierna

Creo que las cosas que Baubo le contó a Deméter eran chistes femeninos acerca de esos transmisores y receptores que tienen unas formas tan bonitas: los órganos genitales. En caso de que así fuera, me imagino que Baubo le debió de contar a Deméter un cuento como el siguiente que yo le oí relatar hace años al viejo encargado de un aparcamiento de caravanas de la ciudad de Nogales. Se llamaba Old Red y afirmaba tener sangre nativa.

No llevaba puesta la dentadura postiza y hacía varios días que no se afeitaba. Su anciana y bella esposa Willowdean poseía un rostro hermoso pero ajado. Me dijo que una vez le habían roto la nariz en una riña de bar. Eran propietarios de tres Cadillacs, pero ninguno de ellos funcionaba. Tenían un perro chihuahua que ella mantenía en la cocina en el interior de un parque infantil. Él era uno de esos hombres que no se quitan el sombrero ni siquiera cuando se sientan en la taza del excusado.

Yo estaba buscando cuentos y había entrado en el recinto con mi pequeña caravana Napanee.

—Bueno pues, ¿conocen ustedes algún cuento de esta región? —les pregunté, refiriéndome a la zona y sus alrededores.

Old Red miró pícaramente a su mujer con una sonrisa en los labios y la provocó diciendo en tono burlón:

—Le voy a contar el cuento de Coyote Dick.

—Red, no le cuentes este cuento. Red, ni se te ocurra.

—Pues se lo pienso contar —aseguró Old Red.

Willowdean se sostuvo la cabeza entre las manos y habló mirando a la mesa.

—No le cuentes este cuento, Red, hablo en serio.

—Pues yo se lo voy a contar ahora mismo, Willowdean.

Willowdean se sentó de lado en la silla y se cubrió los ojos con las manos como si acabara de quedarse ciega.

Eso es lo que Old Red me contó. Dijo que se lo había contado “un navajo que se lo había oído contar a un mexicano que se lo había oído contar a un hopi”.

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Había una vez un tal Coyote Dick, la criatura más lista y al mismo tiempo más tonta que cupiera imaginar. Siempre estaba hambriento de algo y siempre andaba gastando bromas a la gente para conseguir lo que quería. El resto del tiempo se lo pasaba durmiendo.

Bueno pues, un día mientras Coyote Dick estaba durmiendo, su miembro se hartó y decidió abandonarlo para pegarse él solo una juerga. Se despegó de Coyote Dick y echó a correr camino abajo. En realidad, brincaba camino abajo, pues sólo tenía una pierna.

Brincó y brincó y se lo estaba pasando tan bien que se apartó del camino y se adentró en un bosque donde —¡oh, no!— fue a saltar directamente a un ortigal.

—¡Ay! —gritó—. ¡Oh, cómo me pica! —chilló—. ¡Socorro! ¡Socorro!

El alboroto de los gritos despertó a Coyote Dick y, cuando éste bajó la mano para poner en marcha su corazón con la acostumbrada manivela, ¡ésta había desaparecido! Coyote Dick bajó corriendo por el camino sosteniéndose la entrepierna con las manos y llegó finalmente al lugar donde se encontraba su pene en la situación más apurada que imaginar se pueda. Coyote Dick sacó amorosamente su aventurero miembro de entre las ortigas, le dio unas palmadas para calmarlo y se lo volvió a colocar en su sitio.

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Old Red se rió tanto que hasta le dio un acceso de tos y los ojos le salieron de las órbitas.

—Y éste es el cuento de Coyote Dick.

Willowdean le recordó:

—Has olvidado contarle el final.

—¿Qué final? Ya le he contado el final —masculló Old Red.

—Has olvidado contarle el verdadero final del cuento, viejo bidón de gasolina.

—Pues, ya que lo recuerdas tan bien, cuéntaselo tú.

Sonó el timbre de la puerta y el viejo se levantó de su desvencijada silla.

Willowdean me miró directamente a la cara con los ojos brillando como luceros.

—El final del cuento es la moraleja.

En aquel momento, Baubo se apoderó de Willowdean, pues ésta empezó a reírse por lo bajo, a continuación, soltó una carcajada y, finalmente, estalló en una risotada del vientre tan prolongada que le asomaron las lágrimas a los ojos y tardó dos minutos en pronunciar estas últimas tres frases, repitiendo cada palabra dos o tres veces entre jadeos entrecortados.

—La moraleja es que aquellas ortigas, cuando Coyote Dick se apartó de ellas, le provocaron picor en la picha por siempre jamás. Y es por eso por lo que los hombres siempre se acercan como el que no quiere la cosa a las mujeres para restregarse contra ellas y ponen cara de “Uy, cuánto me pica”. Porque, mire usted, a esta picha universal le pica todo desde la primera vez que se escapó.

No sé muy bien qué es lo que me llamó la atención, pero el caso es que ambas permanecimos sentadas en la cocina gritando de risa y golpeando la mesa con las palmas de las manos hasta quedarnos casi sin fuerzas. Después, aquella sensación me recordó la que una persona experimenta cuando se acaba de comer un buen manojo de rábanos.

Creo que ésa es la clase de cuento que contó Baubo. En su repertorio se incluye cualquier cosa que haga desternillarse de risa a las mujeres sin que les importe enseñar las amígdalas y dejar que les cuelgue el vientre y se les estremezcan los pechos. La risa de carácter sexual tiene algo que la distingue de cualquier otra risa provocada por cosas más inocuas. Una risa sexual penetra muy adentro de la psique, hace vibrar todo lo que está suelto, juega sobre nuestros huesos y hace que una deliciosa sensación nos recorra todo el cuerpo. Es una forma de placer salvaje que pertenece al repertorio psíquico de todas las mujeres.

Lo sagrado y lo sensual/sexual viven muy cerca el uno del otro en la psique, pues ambos entran en acción cuando el sujeto experimenta una sensación de asombro causada no por la intelectualización de algo sino por la percepción de algo que recorre los caminos físicos del cuerpo, algo que por un instante o en todo momento, ya sea un beso, una visión, una risa del vientre o cualquier otra cosa, nos hace cambiar, nos sacude, nos lleva a la cumbre, nos suaviza las arrugas y nos ofrece un paso de baile, un silbido, un auténtico estallido de vida.

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La sexualidad mas Salvaje de la Mujer.-

En lo sagrado, lo obsceno y lo sexual siempre hay una risa salvaje esperando, un breve paso de silenciosa risa, o de desagradable risa de bruja, o un jadeo que es una carcajada, o una risa salvaje y animal, o un gorjeo que es como un recorrido por la escala musical. La risa es la cara oculta de la sexualidad de las mujeres; tiene carácter físico, es elemental, apasionada, revitalizadora y, por consiguiente, excitante. Es una especie de momentánea sexualidad de la alegría, un verdadero amor sensual que vuela libremente, vive, muere y renace por obra de su propia energía. Es sagrado porque es curativo. Es sensual porque despierta el cuerpo y las emociones. Es sexual porque resulta excitante y provoca oleadas de placer. No es unidimensional, pues la risa es algo que una persona comparte consigo misma y con muchas otras personas. Es la sexualidad más salvaje de la mujer.

Vamos echar otro vistazo a los cuentos femeninos y a las diosas obscenas. He aquí un cuento que yo descubrí de niña. Es asombroso la de cosas que pueden oír los niños sin que los mayores se enteren.

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Yo tenía unos doce años y estábamos en el lago Big Bass de Michigan. Después de preparar el desayuno y el almuerzo para cuarenta personas, todas mis simpáticas y rollizas parientes, mi madre y mis tías, se tendieron a tomar el sol en unas tumbonas y empezaron a charlar y a reírse entre sí. Los hombres estaban “pescando”, es decir, se habían largado a alguna parte para bromear y contarse sus chistes y sus cuentos. Yo estaba jugando cerca de las mujeres.

De repente, oí unos gritos estridentes. Alarmada, corrí al lugar donde estaban las mujeres. Pero no las vi llorando de dolor sino riéndose. Entre chillidos, una de mis tías repetía cada vez que lograba recuperar el resuello: “… ¡se taparon la cara!… ¡se taparon la cara!”. Aquella misteriosa frase les volvió a provocar renovados accesos de risa.

Gritaban, se atragantaban y no paraban de reírse. Sobre el regazo de una de mis tías vi una revista. Más tarde, mientras las mujeres dormitaban bajo el sol, tiré de la revista de debajo de su mano dormida, me tendí bajo la tumbona y empecé a leer con los ojos enormemente abiertos a causa de] asombro. En la página se relataba una anécdota de la Segunda Guerra Mundial.

Decía más o menos así:

 El general Eisenhower tenía que efectuar una visita a sus tropas de Ruanda. [Hubiera podido ser Borneo. Hubiera podido ser el general MacArthur. Los nombres significaban muy poco para mí por aquel entonces.] El gobernador quería que todas las nativas se alineaban al borde de la carretera de tierra y saludaran y vitorearan a Eisenhower cuando éste pasara en su Jeep. El único problema era que las nativas sólo llevaban encima un collar de cuentas y, a veces, un pequeño cinturón de cuero.

No, no, eso no podía ser de ninguna manera. El gobernador mandó llamar al jefe de la tribu y le expuso su apurada situación.

—No se preocupe —le dijo el jefe de la tribu.

Si el gobernador le pudiera proporcionar varias docenas de faldas y blusas, él se encargaría de que las mujeres se las pusieran en ocasión de aquel trascendental acontecimiento. El gobernador y los misioneros de la zona consiguieron proporcionárselas.

Sin embargo, el día del gran desfile, pocos minutos antes del paso de Eisenhower por la carretera a bordo de su Jeep, descubrieron que las nativas se habían puesto las faldas, pero, como las blusas no les gustaban, se las habían dejado en casa, por lo cual todas ellas se apretujaban a ambos lados de la carretera vestidas con las faldas pero con los pechos al aire y sin ninguna otra prenda ni el menor asomo de ropa interior.

Al gobernador por poco le da un ataque de apoplejía al enterarse, Por lo que mandó llamar al jefe de la tribu, el cual le aseguró que la jefa de la tribu había hablado con él y le había asegurado a su vez que las mujeres habían accedido a cubrirse los pechos cuando pasara el general.

—¿Estás seguro? —rugió el gobernador.

—Estoy seguro. Muy, muy seguro —contestó el jefe de la tribu.

Bueno pues, ya no quedaba tiempo para discutir y sólo cabe imaginar la reacción del general Eisenhower cuando su Jeep avanzó traqueteando por la carretera y, una tras otra, las mujeres se fueron levantando graciosamente la parte delantera de la holgada falda para taparse la cara con ella.

Tendida bajo la tumbona, reprimí la risa. Era el cuento más tonto que jamás en mi vida hubiera oído. Era un cuento maravilloso, un cuento emocionante. Pero intuitivamente comprendí que también era algo prohibido, por lo que me lo guardé para mí sola durante muchos años. Y a veces, en momentos de tensión o dificultad, antes de presentarme a los exámenes universitarios, pensaba en las mujeres de Ruanda que se habían cubierto la cara con las faldas y sin duda se debían de haber partido de risa detrás de ellas. Y entonces me reía y me sentía centrada, fuerte y rebosante de sentido práctico.

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 Éste es sin duda otro de las beneficios de las bromas y de las risas compartidas entre mujeres. Todo se convierte en una medicina para los tiempos difíciles, en un tónico para más tarde. Es una diversión buena, limpia y guarra. ¿Cabe imaginar lo sexual y lo irreverente como algo sagrado? Sí, sobre todo cuando son medicinales y favorecen la integridad y la reparación del corazón. Jung observó que, cuando alguien acudía a su consulta quejándose de algún trastorno sexual, la mayoría de las veces el trastorno era un problema del espíritu y del alma. Y, cuando alguien le hablaba de un problema espiritual, el verdadero problema solía ser de carácter sexual.

En este sentido, la sexualidad se puede considerar una medicina para el espíritu y, por consiguiente, algo sagrado. Cuando la risa sexual es un remedio, se convierte en una risa sagrada. Y cualquier cosa que provoque una risa curativa también es sagrada. Cuando la risa ayuda sin causar daño, cuando una risa ilumina, realinea, reordena y reafirma el poder y la fuerza, es una risa saludable. Cuando la risa hace que la gente se alegre de estar viva y de estar ahí, más conciente del amor y fortalecida por el eros, cuando disipa su tristeza y la libra de la furia, es una risa sagrada. Cuando la gente se siente más grande y mejor, más generosa y sensible, la risa es sagrada.

En el arquetipo de la Mujer Salvaje hay mucho espacio para la naturaleza de las diosas obscenas. En la naturaleza salvaje, lo sagrado y lo irreverente, lo sagrado y lo sexual, no están separados entre sí sino que viven Juntos Y yo me los imagino como un grupo de mujeres muy viejas que esperan al final del camino a que nosotras pasemos por allí. Están allí en la psique esperando a que pasemos, contándose mutuamente sus cuentos y riéndose como locas.

Clarissa Pínkola.- Mujeres que corren con lobos

cpítulo XI: El Calor; La recuperacón de la Sexualidad Sagrada.

AuuuuuuuuuuuuuuU 😉

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El novio animal.

 Cuando las mujeres abren las puertas de sus propias vidas y examinan las carnicerías ocultas en aquellos recónditos lugares suelen descubrir que han estado permitiendo la ejecución sumaria de sus sueños, objetivos y esperanzas más decisivos. Y descubren también unos pensamientos, sentimientos y deseos exánimes que antaño eran atrayentes Y prometedores, pero ahora están exangües.

 Tanto si estas esperanzas y estos sueños se refieren a un deseo de relación como si se refieren a un deseo de logros, de éxitos o de posesión de una obra de arte, cuando alguien hace este horrible descubrimiento en su psique, podemos tener la certeza de que el depredador natural, a menudo simbolizado en los sueños como un novio animal, se ha estado dedicando a destruir metódicamente los más profundos deseos, inquietudes y aspiraciones de una mujer.

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  En los cuentos de hadas, el personaje del novio animal es un tema común que representa algo perverso disfrazado de algo benévolo. Este personaje u otro de carácter similar está siempre presente cuando una mujer experimenta unos presentimientos ingenuos acerca de algo o de alguien. Cuando una mujer intenta evitar los hechos de sus propias devastaciones, lo más probable es que sus sueños nocturnos le adviertan a gritos que despierte y pida socorro o huya, o acabe con ello.

 A lo largo de los años he visto muchos sueños femeninos en los que está presente la figura del novio animal o la sensación de que las—cosas—no—son—tan—bonitas—como—parecen. Una mujer soñó con un hombre guapo y encantador, pero, al bajar la vista, vio que de su manga estaba empezando a salir y desenrollarse un trozo de lacerante alambre de púas. Otra mujer soñó que estaba ayudando a un anciano a cruzar la calle y que, de pronto, el anciano esbozaba una diabólica sonrisa y se disolvía en su brazo, produciéndole una grave quemadura. Otra soñó que comía con un amigo desconocido cuyo tenedor volaba sobre la mesa y la hería de muerte.

 Este no ver, este no comprender y no percibir que nuestros deseos interiores no concuerdan con nuestras acciones exteriores es la huella que deja el novio animal. La presencia de este factor en la psique explica por qué razón las mujeres que dicen desear una relación hacen todo lo posible por sabotearla. Ésta es la razón de que las mujeres que se fijan unos objetivos aquí, allí o donde sea en tal o cual momento jamás cubren ni siquiera la primera etapa del viaje o lo abandonan al primer obstáculo. Ésta es la razón de que todas las dilaciones que dan lugar a un aborrecimiento tan grande de sí mismas, todos los sentimientos de vergüenza que tanto se enconan debido a la represión de que han sido objeto, todos los nuevos comienzos que tan necesarios resultan y todos los objetivos que hace tiempo hubieran tenido que alcanzarse jamás lleguen a feliz término. Siempre que acecha y actúa el depredador, todo descarrila, se derrumba y se decapita.

 El novio animal es un símbolo muy extendido en los cuentos de hadas y, en general, el relato se desarrolla según el siguiente esquema: Un extraño hombre corteja a una mujer que accede a convertirse en su novia, pero, antes del día de la boda, ella sale a dar un paseo por el bosque, se extravía y, al caer la oscuridad, se encarama a un árbol para librarse de los depredadores. Mientras aguarda a que se haga de día, aparece su prometido con una azada al hombro. Algo en su futuro esposo lo delata como no enteramente humano. A veces la extraña forma de su pie, su mano o su brazo o el aspecto de su cabello resulta decididamente chocante y lo delata.

 El hombre empieza a cavar una tumba bajo el árbol al que ella se ha encaramado mientras canta y musita que piensa matar a su futura esposa y enterrarla en aquella tumba. La aterrorizada novia permanece escondida toda la noche y, por la mañana, cuando su futuro esposo ya se ha ido, regresa corriendo a casa, informa de lo ocurrido a sus hermanos y a su padre y los hombres atacan por sorpresa al novio animal y lo matan.

 Se trata de un poderoso proceso arquetípico de la psique femenina. La mujer posee una percepción suficiente y, aunque al principio accede a casarse con el depredador natural de la psique, al final consigue librarse de él, pues ve la verdad que se encierra en todo aquello y es capaz de afrontarla concientemente y tomar medidas para resolver la cuestión.

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 Y ahora viene el siguiente paso todavía más difícil, el de poder soportar lo que se ve, es decir, la propia autodestrucción y condición de muerta.

 Clarissa Pinkola.- «Mujeres que corren con lobos»

 capitulo II,- La Persecución del intruso. El comienzo de la iniciación

      AuuuuuuuuuuuuuuuU*

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La Mujer ingenua y el depredador.

 Al comienzo de nuestra Vida, nuestro punto de vista femenino es muy ingenuo, es decir, nuestra comprensión emocional de lo oculto es muy débil. Pero es ahí donde todas empezamos como hembras. Somos ingenuas y nos empeñamos en colocarnos en situaciones muy confusas. No haber sido iniciadas en estas cuestiones significa encontrarnos en una fase de nuestra Vida en la que sólo estamos capacitadas para ver lo que es patente.

Entre los lobos, cuando la hembra deja a las crías para ir a cazar, los pequeños intentan seguirla al exterior de la guarida y bajar con ella por el camino. Entonces ella les ruge, se abalanza sobre ellos y les pega un susto de muerte para obligarlos a huir y regresar corriendo a la guarida. La madre sabe que sus crías aún no saben valorar y sopesar a otras criaturas. Ignoran quién es el depredador y quién no. Pero a su debido tiempo ella se lo enseñará por las buenas y por las malas.

Como los lobeznos, las mujeres necesitan una iniciación parecida en la que se les enseñe que los mundos interior y exterior no siempre son unos lugares placenteros. Muchas mujeres ni siquiera han recibido las lecciones básicas que una madre loba les da a sus crías acerca de los depredadores, como, por ejemplo: si es amenazador y más grande que tú, huye; si es más débil, decide qué es lo que quieres hacer; si está enfermo, déjalo en paz; si tiene púas, veneno, colmillos o garras afiladas, retrocede y aléjate en dirección contraria; si huele bien, pero está enroscado alrededor de unas mandíbulas de metal, pasa de largo…

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Supongamos, por ejemplo, que una mujer ingenua se equivoca una y otra vez en la elección de su pareja. En algún lugar de su mente ella sabe que esta pauta es inútil, que tendría que abandonarla y seguir otro camino. Muchas veces incluso sabe lo que tendría que hacer. Pero una especie de hipnosis de tipo Barba Azul la induce a seguir la pauta destructiva. En la mayoría de los casos, la mujer piensa que, si insiste un poco más en la antigua pauta, la sensación paradisíaca que anda buscando aparecerá en un abrir y cerrar de ojos.

En otra situación extrema, no cabe la menor duda de que una mujer adicta a alguna sustancia química tiene en lo más hondo de su mente a unas hermanas mayores que le dicen: “¡No! ¡No hagas eso! Es malo para el cuerpo y para la mente. Nos negamos a seguir.” Pero el deseo de encontrar el Paraíso induce a la mujer a casarse con Barba Azul, el traficante de drogas de los éxtasis psíquicos.

Cualquiera que sea el dilema en el que se encuentre atrapada una mujer, las voces de las hermanas mayores de su psique siguen instándola a ser juiciosa y prudente en sus elecciones. Son las voces de lo más hondo de la mente que susurran las verdades que tal vez una mujer no desea oír, pues destruyen su fantasía del Paraíso Encontrado…

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 Con el tiempo, la Mujer que se ha dejado atrapar de esta manera se dará cuenta de que sus esperanzas de una vida digna para ella y sus hijos son cada vez más escasas. Cabe esperar que, al final, abra la puerta de la habitación que encierra toda la destrucción de su vida. Aunque el que destruya y deshonre su vida sea el compañero afectivo de la mujer, el depredador innato que lleva en su psique está de acuerdo con él. Mientras se obligue a la mujer a creer que está desvalida y/o se la adiestre a no percibir conscientemente lo que ella sabe que es cierto, las dotes y los impulsos femeninos de su psique seguirán siendo exterminados.

 Cuando el espíritu juvenil se casa con el depredador, la mujer es apresada o reprimida en una época de su vida inicialmente destinada al desarrollo. En lugar de vivir libremente, la mujer empieza a vivir de una manera falsa. La falaz promesa del depredador es la de que la mujer se convertirá en cierto modo en una reina, siendo así que, en realidad, se está planeando su asesinato. Existe un medio de salir de todo eso, pero hay que tener una llave. La Llave del Conocimiento.

Clarissa Pínkola.- Mujeres que corren con lobos.

 capítulo II.- La persecución del intruso. El comienzo de la Iniciación

      ¡¡¡¡AuuuuuuuuuuuuU!!!

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La Fuerza Creativa… El Río de La Mujer Salvaje.

 La creatividad cambia de forma. En determinado momento tiene una forma y al siguiente tiene otra. Es como un espíritu deslumbrador que se nos aparece a todos, pero que no se puede describir, pues nadie se pone de acuerdo acerca de lo que ha visto en medio de aquel brillante resplandor. ¿Son el manejo de los pigmentos y los lienzos o los desconchados de la pintura y el papel de la pared unas pruebas de su existencia? ¿Qué tal el papel y la pluma, los macizos de flores que bordean la calzada del jardín o la construcción de una universidad? Sí, por supuesto. ¿Planchar bien un cuello de camisa, organizar una revolución?. ¿Tocar amorosamente las hojas de una planta, concertar el “acuerdo de tu vida”, cerrar el telar, encontrar la propia voz, amar bien a alguien?. ¿Sostener en brazos el cálido cuerpo de un recién nacido, educar a un niño hasta la edad adulta, ayudar a una nación a levantarse? También. ¿Cuidar el matrimonio como el vergel que efectivamente es, excavar en busca del oro de la psique, encontrar una palabra hermosa, confeccionar una cortina de color azul? Todo eso es fruto de la vida creativa. Todas estas cosas pertenecen a la Mujer Salvaje, al Río Bajo el Río que fluye incesantemente hacia nuestra Vida. Algunos dicen que la vida creativa está en las ideas y otros dicen que está en las obras. En la mayoría de los casos da la impresión de encontrarse en un ser sencillo. No es la virtud, aunque eso está muy bien, Es el amor, es amar algo —tanto si es una persona como si es una palabra, una imagen, una idea, la tierra o la humanidad— hasta el extremo de que todo lo que se pueda hacer con lo sobrante sea una creación. No es cuestión de querer, no es un acto individual de voluntad; es simplemente algo que se tiene que hacer.

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 La fuerza creativa discurre por el terreno de nuestra psique buscando los huecos naturales, los arroyos que existen en nosotras. Nosotras nos convertimos en sus tributarios, en sus cuencas; somos sus estanques, sus charcos, sus corrientes y sus santuarios. La fuerza creativa salvaje discurre por los techos que tengamos, por los innatos y por los que nosotras cavamos con nuestras propias manos. No tenemos que llenarlos, sólo tenemos que construirlos.

 En la tradición arquetípica se tiene la idea de que si alguien prepara un lugar psíquico especial, el ser, la fuerza creativa, la fuente del alma se enterará, se abrirá camino hacia él y establecerá en él su morada. Tanto si esta fuerza es convocada por el bíblico “sigue adelante y prepara un lugar para el alma” como si lo es por una voz que, como en la película Field of Dreams  en la que un campesino oye una voz que lo insta a construir un campo de golf para los espíritus de los jugadores difuntos, le dice: “Si lo construyes, ellos vendrán”, el hecho de preparar un lugar adecuado propicia la venida de la gran fuerza creativa.

En cuanto este gran río subterráneo encuentra sus estuarios y sus brazos en nuestra psique, nuestra vida creativa se llena y se vacía, sube y baja en las distintas estaciones exactamente igual que un río salvaje. Estos ciclos dan lugar a que las cosas se hagan, se alimenten, decaigan y mueran a su debido tiempo, una y otra vez.

 La creación de algo en un punto determinado del río alimenta a los que se acercan a él, a las criaturas que se encuentran corriente abajo y a las del fondo. La creatividad no es un movimiento solitario. En eso estriba su poder. Cualquier cosa que toque, quienquiera que la oiga, la vea o la perciba, lo sabe y se alimenta. Es por eso por lo que la contemplación de la palabra, la imagen o la idea creativa de otra persona nos llena y nos inspira en nuestra propia labor creativa. Un solo acto creativo tiene el poder de alimentar a todo un continente. Un acto creativo puede hacer que un torrente traspase la piedra.

 Por esta razón, la capacidad creativa de una mujer es su cualidad más valiosa, pues se ve por fuera y la alimenta por dentro a todos los niveles: psíquico, espiritual, mental, emotivo y económico La naturaleza salvaje derrama incesantes posibilidades, actúa a modo de canal del parto, confiere fuerza, apaga la sed, sacia nuestra hambre de la profunda vida salvaje. En una situación ideal, el río creativo ningún dique y ningún desvío y, sobre todo, no se utiliza indebidamente.

 El río de la Mujer Salvaje nos alimenta y nos convierte en unos seres que son como ella: dadores de vida. Mientras nosotras creamos, este ser salvaje y misterioso nos crea a su vez y nos llena de amor. Somos llamadas a la vida de la misma manera que las criaturas lo son por el sol y el agua. Estamos tan vivas que damos vida a nuestra vez; estallamos, florecemos, nos dividimos y multiplicamos, fecundamos, incubamos, transmitimos, ofrecemos.

 Está claro que la creatividad emana de algo que se levanta, rueda, avanza impetuosamente y se derrama en nosotras, no de algo que permanece inmóvil esperando —aunque sea de manera tortuosa e indirecta— que nosotras encontremos el camino que conduce hacia él. En este sentido jamás podemos “perder” nuestra creatividad. Está siempre ahí, llenándonos o chocando con cualquier obstáculo que se interponga en su camino. Si no encuentra ninguna salida para llegar hasta nosotras, retrocede, hace acopio de energía y embiste con fuerza hasta que consigue abrir una brecha. La única manera de evitar su insistente energía consiste en levantar constantes barreras contra ella o dejar que la negligencia y el negativismo destructivo la envenenen.

 Si buscamos con ansia la energía creativa; si tenemos problemas con el dominio de la fertilidad, la imaginación y la ideación; si tenemos dificultades para centrarnos en nuestra visión personal, actuar en consecuencia o llevarla a su cumplimiento, significa que algo ha fallado en la confluencia entre las fuentes y el afluente. A lo mejor, nuestras aguas creativas discurren a través de un ambiente contaminado en el que las formas de vida de la imaginación mueren antes de alcanzar la madurez. Con harta frecuencia, cuando una mujer se ve despojada de su vida creativa, todas estas circunstancias se encuentran en la raíz de la situación.

 Hay también otras posibilidades más insidiosas. A lo mejor, una mujer admira tanto las cualidades de otra y/o los aparentes beneficios adquiridos o recibidos por otra que se convierte en una experta en el arte de la imitación y se conforma tristemente con ser una mediocre copia en lugar de desarrollar las propias cualidades hasta sus más absolutas y sorprendentes profundidades. A lo mejor, la mujer está atrapada en una adoración o una hiperfascinación por sus heroínas y no sabe cómo socavar sus inimitables dones. A lo mejor, tiene miedo porque las aguas son muy profundas, la noche es oscura y el camino es muy largo; justo las condiciones necesarias para el desarrollo de las varias y originales cualidades propias.

 Puesto que la Mujer Salvaje se encuentra en el Río Bajo el Río, cuando fluye hacia nosotras, nosotras también fluimos. Si la abertura que va de ella a nosotras está bloqueada, nosotras también nos bloqueamos. Si sus corrientes están envenenadas por culpa de nuestros complejos negativos interiores, del ambiente o de las personas que nos rodean, los delicados procesos que configuran nuestras ideas también se contaminan. Y entonces somos como un río moribundo, lo cual no se puede pasar por alto, pues la pérdida de una clara corriente creativa constituye una crisis psicológica y espiritual.

 Cuando un río está contaminado, todo empieza a morirse porque, tal como sabemos por la biología medioambiental, cada forma de vida depende de todas las demás. Si, en un río de verdad, la juncia de la orilla adquiere una coloración marrón debido a la falta de oxígeno, los pólenes no encuentran nada lo suficientemente vigoroso para que se pueda fecundar, el llantén cae sin dejar entre sus raíces el menor espacio para los nenúfares, a los sauces no les crecen amentos, los tritones no encuentran pareja y las efímeras no se reproducen.

 Por eso los peces no brincan fuera del agua, los pájaros no se zambullen y los lobos y otras criaturas que se acercan al río para refrescarse se van a otro sitio o se mueren por haber bebido agua corrompida o haber devorado una presa que a su vez se había alimentado con las moribundas plantas de la orilla.

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 Cuando la creatividad se queda estancada de alguna manera, el resultado siempre es el mismo: ausencia de frescor, debilitamiento de la fertilidad, imposibilidad de que las formas inferiores de vida vivan en los intersticios de las formas de vida superiores, imposibilidad de producir una idea en contraposición a otra, de incubar, de engendrar nueva vida. Entonces nos sentimos enfermas y queremos seguir adelante. Vagamos sin rumbo fingiendo que nos las podemos arreglar sin la lujuriante vida creativa o bien simulándola; pero no podemos y no debemos. Para que regrese la vida creativa, hay que limpiar y clarificar las aguas. Tenemos que adentrarnos en el fango, purificar los elementos contaminados, abrir de nuevo las aberturas, proteger la corriente de futuros daños.

Clarissa Pínkola.- «Mujeres que corren con lobos»

 capítulo X.- El Agua Clara: El Alimento de la Vida Creativa

         ¡¡¡¡AuuuuuuuuuuuuuuuuU!!!

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La Mujer Fiera

Según el diccionario, la palabra “fiera” deriva del latín fera cuyo significado es “animal salvaje”. En el lenguaje común se entiende por fiera un animal que antaño era salvaje, que posteriormente se domesticó y que ha vuelto una vez más al estado natural o indómito.

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Yo afirmo que la mujer fiera es la que antes se encontraba en un estado psíquico natural —es decir, en su sano juicio salvaje— y que después fue atrapada por algún giro de los acontecimientos, convirtiéndose con ello en una criatura exageradamente domesticada y con los instintos naturales adormecidos. Cuando tiene ocasión de regresar a su naturaleza salvaje original, cae fácilmente en toda suerte de trampas y es víctima de todo tipo de venenos. Puesto que sus ciclos y sus sistemas de protección se han alterado, corre peligro al estar en el que antes era su estado salvaje natural. Ha perdido la cautela y la capacidad de permanecer en estado de alerta y por eso se convierte fácilmente en una presa.

La pérdida del instinto sigue una pauta muy concreta. Es importante estudiar esta pauta e incluso aprenderla de memoria para poder conserva, los tesoros de nuestra naturaleza básica y también de la de nuestras hijas. En los bosques psíquicos hay muchas trampas de hierro oxidado escondidas bajo las verdes hojas del suelo. Psicológicamente ocurre lo mismo en el mundo material. Podemos ser víctima de varios engaños: las relaciones, las personas y las empresas arriesgadas son tentadoras, pero en el interior de un cebo de aspecto agradable se esconde algo muy afilado, algo que mata nuestro espíritu en cuanto lo mordemos.

Las mujeres fieras de todas las edades y especialmente las jóvenes experimentan un enorme impulso de resarcirse de las largas hambrunas y los largos exilios. Corren peligro por culpa de su excesivo y temerario afán de acercarse a unas personas y alcanzar unos objetivos que no son alimenticios ni sólidos ni duraderos. Cualquiera que sea el lugar donde viven o el momento en el que viven, siempre hay jaulas esperando; unas vidas demasiado pequeñas hacia las cuales las mujeres se pueden sentir atraídas o empujadas.

Si has sido capturada alguna vez, si alguna vez has sufrido hambre del alma, si alguna vez has sido atrapada y, sobre todo, si experimentas el impulso de crear algo, es muy probable que hayas sido o seas una mujer fiera. La mujer fiera suele estar muy hambrienta de cosas espirituales y a menudo se traga cualquier veneno ensartado en el extremo de un palo puntiagudo, pensando que es aquello que ansía su alma.

Aunque algunas mujeres fieras se apartan de las trampas en el último momento y sólo sufren algún que otro pequeño desperfecto en el pelaje, son muchas más las que caen en ellas inadvertidamente y pierden momentáneamente el conocimiento mientras que otras quedan destrozadas y otras consiguen liberarse y se arrastran hasta una cueva para poder lamerse a solas las heridas.

Para evitar las celadas y tentaciones con que tropieza una mujer que se ha pasado mucho tiempo capturada y hambrienta, tenernos que ser capaces de verlas por adelantado y esquivarlas. Tenemos que reconstruir nuestra perspicacia y nuestra cautela. Tenemos que aprender a virar. Tenemos que distinguir las vueltas acertadas y las equivocadas.

-Clarissa Pínkola: «Mujeres que corren con lobos»

capítulo VIII,- El Instinto de conservación.

¡¡¡¡AuuuuuuuuuuuuuuU!!!

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Las diosas obscenas.

Hay un ser que habita en el subsuelo salvaje de la naturaleza femenina. Esta criatura es nuestra naturaleza sensorial y, como cualquier criatura integral, tiene sus propios ciclos naturales y nutritivos. Este ser es inquisitivo, amante de la relación, a veces rebosa energía y otras permanece en estado de reposo. Reacciona a los estímulos sensoriales: la música, el movimiento, la comida, la bebida, la paz, el silencio, la belleza, la oscuridad(1).

Este aspecto de la mujer es el que posee calor. No un calor del tipo “Vamos a acostarnos, nena”, sino un fuego subterráneo cuyas llamas suben y bajan cíclicamente. A partir de la energía que allí se libera, la mujer actúa según le parece. El calor de la mujer no es un estado de excitación sexual sino un estado de intensa conciencia sensorial que incluye su sexualidad, pero no se limita a ésta.

Mucho se podría escribir acerca del uso y el abuso de la naturaleza sensorial de las mujeres y acerca de la manera en que ellas y los demás reprimen sus ritmos naturales o intentan apagarlos por completo. Pero vamos a centrarnos en su lugar en un aspecto que es ardiente y decididamente salvaje y despide un calor que mantiene caldeadas las bajas sensaciones. En la época moderna apenas se ha prestado atención a esta expresión sensorial de las mujeres y, en muchos lugares y momentos, incluso se la ha desterrado por completo.

Hay un aspecto de la sexualidad de las mujeres que en la antigüedad se llamaba lo obsceno sagrado, no con el significado con que hoy utilizamos la palabra “obsceno” sino con el de “sexualmente sabio e ingenioso”, y se tributaban a las diosas unos cultos dedicados en parte a la irreverente sexualidad femenina. Los ritos no eran despreciativos sino que más bien pretendían representar algunas partes del inconciente que incluso hoy en día siguen siendo misteriosas e inexploradas.

La idea misma de la sexualidad como algo sagrado y, más concretamente, de la obscenidad como un aspecto de la sexualidad sagrada, es esencial para la naturaleza salvaje.

Había en las antiguas culturas femeninas unas diosas de la obscenidad así llamadas por su ingenua y, sin embargo, astuta lascivia. Pero el lenguaje, por lo menos en castellano, dificulta enormemente la comprensión de las “diosas de la obscenidad” como no sea en términos vulgares.

He aquí el significado del adjetivo “obsceno” y otros vocablos afines. A través de estos significados creo que se comprenderá por qué razón este aspecto del antiguo culto de la diosa fue desterrado bajo tierra.

Me gustaría que mis lectores consideraran estas tres definiciones de diccionario y sacaran sus propias consecuencias:

  • Sucio: El significado del término se ha extendido hasta abarcar cualquier tipo de suciedad y especialmente el lenguaje obsceno*.

  • Palabrota: Palabra obscena, expresión utilizada también actualmente para designar algo que se ha convertido en social o políticamente impopular o sospechoso, a menudo a causa de críticas y descalificaciones injustificadas o por no seguir las tendencias del momento.

  • Obsceno: del hebreo antiguo Ob, con el significado de “maga”, “bruja”.

Todos estos términos tienen cierto carácter despectivo Y, sin embargo, subsisten en todas las culturas mundiales vestigios de cuentos que han sobrevivido a las distintas purgas. En ellos se nos dice que lo obsceno no es vulgar en absoluto sino que más bien se parece a una especie de criatura de naturaleza fantástica que uno quisiera tener por amiga y cuya visita desearía con toda el alma recibir.

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Hace unos años, cuando empecé a narrar “cuentos de la diosa obscena”, las mujeres sonreían y después se reían al oír los relatos de las hazañas de las mujeres, tanto reales como mitológicas, que utilizaban su sexualidad y su sensualidad para conseguir un objetivo, aliviar una pena o provocar la risa, y, por este medio, enderezar algo que se había torcido en la psique. También me llamó la atención la forma en que las mujeres se aproximaban al umbral de la risa cuando se hablaba de estas cuestiones. Primero tenían que apartar a un lado todas las enseñanzas recibidas, según las cuales reírse de aquella manera no era propio de una señora.

Y yo comprobaba que el hecho de ser una señora en una situación apropiada ahogaba a una mujer en lugar de ayudarla a respirar. Para saber reír hay que poder exhalar el aire e inspirar en rápida sucesión. Sabemos por la quinesiología y otras terapias corporales como el Hakomi que el hecho de inspirar nos hace experimentar sensaciones y que, cuando no queremos sentir nada, contenemos la respiración.

Cuando se ríe la mujer respira libremente y, al hacerlo, es posible que empiece a experimentar unas sensaciones no autorizadas. ¿Y qué clase de sensaciones son ésas? Pues bien, en realidad, no son sensaciones sino un alivio y un remedio para las sensaciones, un alivio y un remedio que a menudo dan lugar a la liberación de lágrimas reprimidas y a la recuperación de recuerdos olvidados o a la rotura de las cadenas de la personalidad sensual.

Comprendí que la importancia de estas antiguas diosas de la obscenidad quedaba demostrada por su capacidad de soltar lo que estaba demasiado tenso, borrar la tristeza, provocar en el cuerpo una especie de humor que no pertenece al intelecto sino al cuerpo y mantener expeditos estos canales.

Las travesuras y el humor de las diosas obscenas pueden hacer que una vital modalidad de medicina se extienda por todos los sistemas neurológicos y endócrinos del cuerpo.

Clarissa Pínkola. «Mujeres que corren con los lobos»

capítulo XI: «El Calor: La recuperación de la Sexualidad Sagrada».

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La Campiña Salvaje.

Mujer01 En un solo Ser Humano hay muchos otros Seres, todos con sus propios valores, motivos y estratagemas. Ciertas tecnologías psicológicas aconsejan detener a estos Seres, contarlos, darles un nombre y ponerles unos arneses hasta obligarlos a avanzar con paso cansino como esclavos vencidos. Pero hacer eso equivale a detener el baile de los destellos salvajes en los ojos de una Mujer y es como detener su relámpago e impedirle despedir chispas.

Nuestra tarea no es corromper su belleza natural sino construir para todos estos Seres una Campiña Salvaje en la que los artistas que haya entre ellos puedan Crear sus obras, los amantes puedan Amar y los sanadores puedan Sanar.

dixt: Clarissa Píkola «Mujeres que corren con lobos»

Contando… Cantando… Ahí vaaaaamos… 😉

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El regreso a la Vida hecha a mano.-

Desde un punto de vista psíquico, es bueno hacer un alto en el camino, crearse un lugar donde descansar y recuperarse tras haber escapado de una carestía alimenticia. No es demasiado tomarse uno o dos
años para examinar las propias heridas, buscar una guía, aplicar medicinas y pensar en el futuro. Uno o dos años son muy poco tiempo. La fiera es una mujer que regresa. Está aprendiendo a despertar, a prestar atención, a dejar de ser ingenua y desinformada. Asume la responsabilidad de su propia vida. Para reaprender los profundos instintos femeninos reviste vital importancia comprender ante todo de qué manera éstos fueron decomisados.

Tanto si las lesiones se infligieron al arte, las palabras, los estilos de
vida, los pensamientos o las ideas, y aunque la mujer se haya metido a sí
misma en un enredo, conviene que se abra paso a través de la maraña y
siga adelante. Más allá del deseo y del anhelo, más allá de los métodos
cuidadosamente razonados acerca de los cuales nos gusta hablar y hacer
proyectos, una simple puerta está esperando que la crucemos, Al otro lado
están los nuevos pies. Crúzala. A rastras, en caso necesario. Deja de hablar y de obsesionarte. Limítate a hacerlo.

No podemos controlar quién nos trae a este mundo. No podemos
influir en la educación que nos han dado; no podemos obligar a la cultura
a convertirse instantáneamente en hospitalaria. Pero la buena noticia es
que, incluso tras haber sido heridas, incluso en nuestro estado de fieras e
incluso cuando nos encontramos todavía en situación de cautividad,
podemos recuperar nuestra vida.
El plan psicológico del alma para regresar al propio interior es el siguiente: tomar medidas especiales de precaución y perderse poco a poco en lo salva)e, creando estructuras éticas y protectoras que nos ayuden a conseguir las herramientas necesarias para medir en qué momento algo es excesivo. (Por regla general, la mujer ya es muy sensible al momento en que algo es demasiado poco.)
  Por consiguiente, el regreso a la psique libre y salvaje tiene que
llevarse a cabo con audacia pero también con reflexión. En psicoanálisis
nos gusta subrayar que para convertirnos en sanadores/ayudantes es tan
importante aprender lo que no hay que hacer como lo que hay que hacer.
El regreso a lo salvaje desde la cautividad tiene que hacerse con las
mismas precauciones. Vamos a examinarlo con más detenimiento.
Los peligros, las trampas y los cebos envenenados que acechan a la
mujer salvaje son los propios de su cultura. Aquí he enumerado los que
son comunes a la mayoría de las culturas. Las mujeres pertenecientes a
distintas etnias y religiones tendrán percepciones específicas adicionales.
Estamos trazando en sentido simbólico el mapa de los bosques en los que
vivimos. Estamos señalando dónde habitan los depredadores y
describiendo su modus operandi. Dicen que una loba conoce todas las
criaturas de su territorio en varios kilómetros a la redonda. Este
conocimiento le permite vivir con la máxima libertad posible.
La recuperación del instinto perdido y la curación del instinto
lesionado está realmente al alcance de nuestra mano, pues éste regresa
cuando una mujer presta atención, escuchando, contemplando y
percibiendo el mundo que la rodea y actuando tal como ve actuar a las
demás mujeres; con eficiencia, eficacia y sensibilidad. La ocasión de
observar el comportamiento de las restantes mujeres que conservan los
instintos intactos es esencial para recobrar el instinto. Al final, el hecho de
prestar atención, observar y comportarse de una manera integral se
convierte en una pauta con un ritmo determinado que se practica y se
aprende hasta que vuelve a convertirse en automática.


Si nuestra naturaleza salvaje ha sido herida por algo o por alguien,
nos negarnos a echarnos al suelo y morir. Nos negamos a normalizar esta
herida. Recurrimos a nuestros instintos y hacemos lo que hay que hacer.
La mujer salvaje es por naturaleza vehemente y talentosa. Pero, como
consecuencia de su alejamiento de los instintos, es también ingenua, está
acostumbrada a la violencia y acepta sumisamente la expatriación y la
exmatriación. Los amantes, las drogas, la bebida, el dinero, la fama y el
poder no pueden reparar demasiado el daño que ha sufrido. Pero sí puede
hacerlo un gradual regreso a la vida instintiva. Para ello, una mujer
necesita a una madre, una madre salvaje «suficientemente buena». ¿Y a
que no saben quién está esperando convertirse en esta madre? La Mujer
Salvaje se pregunta por qué razón la mujer tarda tanto en estar con ella,
no simplemente algunas veces o cuando le interesa sino de manera
habitual.
Si te esfuerzas en hacer algo que merezca la pena, es importante que
te rodees de personas que apoyen inequívocamente tu labor. El hecho de
tener presuntas amigas que sufren las mismas heridas pero no
experimentan el sincero deseo de curarse es una trampa y un veneno. Esta
clase de amigas suele animar a las demás a comportarse de manera
escandalosa fuera de sus ciclos naturales y sin la menor sincronía con las
necesidades de sus almas.
Una mujer fiera no puede permitirse el lujo de ser ingenua. Durante
su regreso a la vida innata tiene que contemplar los excesos con
escepticismo y ser muy conciente del precio que éstos suponen para el
alma, la psique y el instinto. Como los lobeznos, nosotras nos aprendemos
de memoria las trampas, cómo están hechas y cómo están colocadas. De
esta manera conservamos la libertad. De todos modos, los instintos
perdidos no retroceden sin dejar rastros y ecos de sentimiento que
nosotras podemos seguir para recuperarlos. Aunque una mujer se sienta
oprimida por el puño de terciopelo de la corrección y la severidad, tanto si
se encuentra a un paso de la destrucción a causa de los excesos como si
acaba de sumergirse en ellos, aún puede oír los susurros del dios salvaje
que lleva en la sangre. Incluso en las graves circunstancias que se
describen en «Las zapatillas rojas», los instintos heridos se pueden curar.
Para enderezar todas estas situaciones, resucitamos una y otra vez
la naturaleza salvaje y cada vez el equilibrio se desplaza excesivamente en
una o en otra dirección. Ya adivinaremos cuándo existen motivo, de
preocupación, pues, por regla general, el equilibrio ensancha nuestras
vidas mientras que el desequilibrio las empequeñece.
Una de las cosas más importantes que podemos hacer es entender la
vida, cualquier manifestación de vida, como un cuerpo viviente en sí
mismo, que respira, renueva sus células, cambia de piel y se desembaraza
de los materiales de desecho. Sería una estupidez pensar que nuestros
cuerpos no producen materiales de desecho más de una vez cada cinco
años.
Sería necio creer que, por el hecho de haber comido hoy, mañana no
estaremos hambrientos.
Y también sería estúpido creer que, una vez resuelta una cuestión,
la habremos resuelto definitivamente, y, una vez aprendida una cosa,
siempre seremos concientes de ella. No, la vida es un gran cuerpo que
crece y disminuye en distintas zonas y a distintos ritmos. Cuando nos
comportamos como el cuerpo, trabajando con vistas al nuevo desarrollo,
abriéndonos paso entre la mierda, respirando o descansando, estamos
muy vivas y nos encontramos en el interior de los ciclos de la Mujer
Salvaje. Si consiguiéramos comprender que nuestra tarea consiste en
seguir realizando la tarea, nos sentiríamos mucho más orgullosas y
estaríamos mucho más tranquilas.
Es posible que, a veces, para conservar la alegría tengamos que
luchar por ella, renovar nuestras fuerzas y combatir a tope en la forma que
consideremos más sagaz. Para preparar el asedio puede que tengamos que
prescindir de las comodidades durante algún tiempo, Podemos pasarnos
sin la mayoría de las cosas durante prolongados períodos de tiempo,
podemos prescindir prácticamente de todo menos de nuestra alegría, de
nuestras zapatillas hechas a mano.
El verdadero milagro de la individuación y la recuperación de la
Mujer Salvaje consiste en que todas iniciamos el proceso sin estar todavía
preparadas, sin haber cobrado la suficiente fuerza y sin saber 1 ‘o
suficiente; iniciamos un diálogo con los pensamientos y los sentimientos
que nos cosquillean y retumban como truenos en nuestro interior.
Contestamos sin haber aprendido el lenguaje y sin conocer todas las
respuestas, sin saber exactamente con quién estamos hablando.
Pero, como la loba que enseña a sus crías a cazar y a cuidar de sí
mismas, la Mujer Salvaje brota en nuestro interior y nosotras empezamos
a hablar con su voz y asumimos su visión y sus valores. Ella nos enseña a
enviar el mensaje de nuestro regreso a las que son como nosotras.
Conozco a varias escritoras que tienen grabada esta leyenda sobre
su escritorio. Una de ellas la lleva doblada dentro del zapato. Pertenece a
un poema de Charles Simic y es la información más útil que se nos puede
dar a todas: «El que no sabe aullar no encontrará su manada.»
Si deseas recuperar a la Mujer Salvaje, no permitas que te capturen

 Con los instintos bien aguzados para no perder el equilibrio, salta
donde quieras, aúlla a tu gusto, toma lo que haya, averigua todo lo que
puedas, examínalo todo, contempla lo que puedas ver. Baila con zapatillas
rojas pero cerciórate de que son las que tú has hecho a mano.

Te aseguro que te convertirás en una mujer rebosante de vitalidad.

-Mujeres que corren con lobos-

Clarissa Pínkola

compartido por la loba colorá para; el bosque de las lobas

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