Para sanar verdaderamente, debemos decir nuestra verdad y no sólo nuestro pesar y dolor, sino también qué daño fue causado, qué enojo, qué disgusto, y también qué deseo de autocastigo o venganza fue evocado en nosotros.
Es posible mantener una especie de válvula de presión para nuestra vida emocional, y uno puede ser fiero y generoso a la vez. Uno puede ser reservado y valioso. Uno puede proteger su territorio, marcar muy claramente sus límites, sacudir el cielo si es necesario, y no obstante estar disponible, ser accesible, ser productivo al mismo tiempo.
La mayoría de las mujeres puede sentir el más mínimo cambio en el temperamento de otro; puede leer rostros y cuerpos —a lo cual se le llama intuición— y a partir de una abundancia de pequeñas pistas que se congregan para darle información, con frecuencia sabe lo que tienen en mente. A fin de utilizar estos dones salvajes, las mujeres permanecen abiertas a todas las cosas. Pero es esta misma apertura lo que hace vulnerables sus límites, exponiéndolas por lo tanto a las heridas del alma.
Si una mujer tiene el instinto herido, a menudo tiene problemas para reconocer la intrusión; se tarda en notar las violaciones de territorio y no registra su propio enojo hasta que está encima de ella.
De manera típica, tales mujeres no actúan desde su rabia en el momento apropiado; quizás se adelanten a los hechos o tengan una reacción retardada semanas, meses o incluso años después, dándose cuenta de lo que debían o podían haber hecho, o lo que hubieran dicho. Por lo general esto no es causado por timidez o introversión, sino por pensar demasiado, por poner demasiado empeño en ser agradables, y por no actuar lo suficiente desde el alma.
El instinto herido debe ser corregido mediante la practica y hacer valer límites fuertes, y practicar respuestas firmes y, cuando sea posible, generosas pero sólidas.
